JORDI TEIXIDOR. LA EDAD DE LAS COSAS
16 NOV - 20 ENERODespués de Final de Partida, la última gran exposición de Jordi Teixidor en el IVAM, quedaron sobre el tablero las fichas que nos daban la evidencia de un final obligado lo que, como en otras tantas veces, nos llevaba a pensar que el proceso creativo no es automático y que desemboca en situaciones diferentes a las pretendidas en un inicio. La partida jugada tal vez haya sido, junto con su serie de pinturas negras, la más radical en su larga carrera. El éxito no estaba en llegar al final sino en reconocer el fracaso, la derrota, en cuyo limite cabe esperar la continuidad.
Una vez más, no hay en sus pinturas evidencia de la representación, sino que está contenida en la manera específica de su forma. Tampoco aparece en esta ocasión el tema, ese que, según W.H. Auden, no es otra cosa que la percha de la cual colgará el poema.
Frente al rigor y severidad de la obra de los últimos años aparece en las pinturas que ahora nos muestra Teixidor una novedad, cierta ironía que por un lado nos aleja del objeto y, por otro, nos acerca a una negatividad del mismo, lo que permite una total libertad aprehensión y de apreciación.
Tres pinturas principales centran la obra de Teixidor en esta exposición. Sus títulos: La edad de los nombres, La edad de las palabras y La edad de las cosas son una referencia a la obra À la recherche du temps perdu que Proust, según el gran crítico estadounidense Edmund Wilson (E. Wilson, Obra selecta, Lumen, Barna 2022), pensó un tiempo dividir en tres partes con esos mismos títulos.
Se destaca también en la exposición la obra compuesta por un conjunto de cuatro estrechas pinturas, de diferentes colores y formas geométricas cada una. Podría considerarse como una total pieza musical, con cierta ironía cuatro bagatelas quizás. Sin embargo, a la pintura con fondo bermellón sobre la que aparece una estructura geométrica de colores cálidos centrada en la parte superior, podríamos buscarle una mayor determinación que no estaría lejos de cierta analogía con la pintura de Rothko.
Otras dos obras, de rígida geometría, una en negro y otra en que se esfuma el negro, nos remiten al concepto de negatividad. La negatividad es inherente al arte. Lo inexpresable y también el silencio forman parte de su lenguaje. Porque no es el fin último negar sino reafirmar el lado indecible de las cosas.