PIPO HERNÁNDEZ RIVERO. A DOS PASOS

12.09 - 09.11

En A dos pasos, Pipo Hernández Rivero desafía las nociones tradicionales de desplazamiento y pertenencia, y presenta la migración no como un evento pasajero o gravoso que eventualmente se solucionará, sino como una pieza fundamental del proceso civilizador, motor constante en la historia de la humanidad.

Las pinturas que el artista ejecuta con una manufactura técnica muy competente remiten a la tradición del paisaje, desde el fresco de la Villa de Livia hasta el paisaje de la crisis romántica del siglo XIX. Ésta se caracterizó por ser una época de exacerbación de las utopías de plenitud. Entre ellas, las utopías de descubrimiento, conquista y poder sobre los territorios convivían con el espíritu apasionadamente

anti racionalista y evasivo propios del Romanticismo. Estos paisajes, desprovistos de la presencia humana, evocan una sensación de virginidad, reforzando así la idea de una utopía individualista, íntima de dominación. El artista crítica las convenciones contemporáneas del arte. Sin caer en el apropiacionismo, Hernández Rivero complejiza conceptualmente y reivindica la pintura pre-cézanniana, con una postura crítica y beligerante contra las convenciones sobre las expectativas de una pintura posible para el siglo XXI.

Los marcos, elementos importantes en la exposición, no son meros encuadres funcionales, o una convención decorativa. En la modernidad, el marco fue despreciado bajo la premisa de factores de búsqueda de pureza en pintura. Sin embargo, en esta exposición, el marco toma un significado más profundo, simbolizando el territorio. Delimita el espacio de la utopía a modo de fortín, ese dibujo cerrado dentro del cual ocurre el proceso civilizatorio y fuera del cual amenaza el caos. El marco se convierte así en símbolo de la fobia de contacto, de muralla contra toda contaminación que amenace cualquier posibilidad de mestizaje.

Los paisajes enmarcados, utopías pictóricas, son intervenidos por elementos disruptivos, cínicos, como las chanclas de playa, las más baratas disponibles en el mercado, la expresión más humilde del calzado. Con la utilización de estos objetos cotidianos, aparentemente simples, el artista habla de cómo occidente encuentra modos de banalizar un asunto tan central como la migración y el desarrollo de la civilización. Las primeras migraciones humanas ocurrieron hace 200.000 años; la modernidad occidental se abre con la exploración y conquista de los territorios americanos y su inmediata colonización; pero fue el complejo clima cultural del siglo XIX, nutrido de escapismo y racionalidad, de apasionada rebeldía y sensato conformismo, de extraordinaria curiosidad científica y moralidad intolerante el que llevó esos dos arquetipos a las cotas con las que más nos familiarizamos: el explorador, con audacia casi nunca inocente, para adentrarse en los sitios ignotos; y el colono -que iba a los lugares ya descubiertos a asentarse y tratar de prosperar. Siguen y seguirán sucediéndose los ciclos migratorios, pero sin nada que explorar en términos de territorio virgen. A dos pasos poetiza sobre la territorialidad, la sensación de invasión, el mestizaje inevitable y el cinismo con el que Occidente aborda estos temas.

Un segundo elemento adicional en la exposición lo constituyen las presas de escalada, un objeto que según el autor encarna perfectamente el proceso de «deportivización» de los dramas humanos, un mecanismo de defensa socio-ideológico que Hernández Rivero encara de manera crítica. Estas presas simbolizan la trivialización de la lucha por la supervivencia, la superación de los obstáculos que nos separan de una vida aceptable. Autores del Romanticismo, de hecho, fueron los primeros en explorar una dimensión lúdica del miedo -las novelas de Mery Shelley son prueba de ello-. Esta exploración no ha dejado de avanzar hasta el día de hoy. Los atávicos miedos y el hacer frente a las amenazas por la supervivencia son elementos en la industria del entretenimiento presentes en videojuegos y experiencias virtuales. Las presas de escalada, colocadas en el suelo, un espacio inútil para su función, reflejan la ironía de cómo Occidente metaboliza mediante distancia y entretenimiento lo que en otros contextos es cuestión de vida o muerte.

El tercer elemento invasivo presente en las piezas es el taco de tornillería, que atañe no sólo al cuadro pintado sino a la pared que lo sustenta. La disposición en retícula de estos tacos alude a una parcelación democratizante como metáfora de la equidistancia, otra de las pulsiones aliadas de la autocomplacencia occidental.

Nada en esta muestra es neutral: ni las paredes, ni el suelo, ni las pinturas. La exposición de Pipo Hernández Rivero presenta piezas que exploran la crisis de las utopías occidentales, los marcos de aceptabilidad y los que se erigen como guardianes de esas utopías. Más que sobre la migración como binomio problema/inevitabilidad, A dos pasos despliega su discurso crítico sobre las contradicciones del atormentado espíritu occidental.

 

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